Hablar del llamado mito de los vampiros implica profundizar en una suma de ingentes fuentes y referencias más o menos amplias, más especulativas y menos rigurosas – si se quiere ser exacto –, ya que después de todo, la madeja con que se hila esta trama tenebrosa ha perdido a través de todas sus revisiones el paradójico brillo fúnebre de su fascinación. Las antologías, bibliografías, ensayos, revisiones, tratados, compendios, manuales prácticos de exterminio y demás pulpa o epidermis usada para intentar preservar una taxa mediante la tinta, han terminado por desgastar un género nunca bien ponderado, sea por lo escaso de su brillantez o por lo sórdido (a la par de vulgar) de sus situaciones, relegándolo a un sitial poco menos decoroso que el del entretenimiento. Es cierto que comparar el fin masivo y tosco de difusión del género en sus inicios puede distar en alguna forma del reciente fenómeno que lo evoca embelesado – ahora más que nunca –, resulta injusto; pero es innegable que esta suerte de vuelta al pasado evidencia no solo toda una galería de carencias lectoras sino también una forma de vida, o no vida – pues si somos consecuentes con la parafernalia terminológica, al menos debemos usar la jerga especializada para simpatizar con el “respetable” – resultante de los tiempos modernos – ¿posmodernos? – y de cómo esto afecta el acercamiento académico y comprometido de aquellos que podemos llamar estudiosos cainitas. ->> Continúe leyendo el texto
Considerando que la vuelta al pasado y la revalorización de saberes previos implica una tendencia natural de cualquier área, principalmente de las ligadas a lo popular, no es de extrañar que la fascinación por la literatura de vampiros, correcta y más justamente llamada “libros con vampiros”, haya sido acogida por aquellos vástagos indirectos y poco dignos, algo bastardos tal vez, producto (o subproducto) de las huestes otrora hormonales provenientes de las denominadas subculturas. Así es, este acercamiento a los libros de portada bicromática y espesor impúdico implica un fenómeno más que interesante, pues siendo el target uno que adolece de infinidad de experiencias, reformula con sus hábitos un espectro y lo hace suyo, lo vilipendia y lo viola para fagocitarlo luego y evidentemente apilarlo en una olvidable anécdota. De acuerdo, pecamos de poco claros, ¿pero acaso no es así de incompresible este fenómeno también? Lo cierto es que no, y este discurso no es más que un vehículo para prologar la revisión del fenómeno de consumismo masivo casi irracional de libros con vampiros por jóvenes y adultos. En efecto, nos referimos a la innoble cantidad de productos multimediales liberados con un infernal e industrioso empeño para saciar la demanda. Revisemos entonces, desde una perspectiva sesgada y prejuiciosa, la naturaleza que conlleva al abismo, pues como se sabe abyssus abyssum invocat.
El mundo de lo obscuro, con todos sus reveses mágicos y ultraterrenos parte del supuesto de la compensación, del trato, del engaño si deseamos, pues las fórmulas sulfurosas demandan de su evocador una carencia, una necesidad. Así, este negociado de favores siempre tiene en cuenta la debilidad del contratante, humano a fin de cuentas, por tanto ser sumido en sus propios deseos y limitaciones, vicios y resentimientos, patetismo y mortalidad. Los mitos populares entonces no son más que extensiones de esos deseos que superan las posibilidades humanas ampliando un conocimiento, una habilidad o una simple función biológica; claro, ese cariz aleccionador y preventivo como parte del folclore preserva una tradición cultural étnica de raíces utilitarias mediante advertencias y modelos para un determinado actuar. Por eso, entender la fabulación y ligazón con las artes negras de los individuos en determinados periodos entraña un significado más profundo, que valiéndonos, en este caso, de lo ficcional delataremos como un ciclo. Los vampiros, no muertos, muertos vivos, cainitas, condenados, esenciales, etc. – para mayores términos es suficiente consultar los sendos manuales de bolsillo disponibles en expendios librarios de cualquier esquina, que aquí no se profundizará eso por la máxima scire tacere – representan un ciclo vital similar al humano y más certeramente al adolescente. El hematófago está atado a un círculo que lo vuelve presa de sus necesidades biológicas al igual que los púberes recorren espirales de la libido merced de sus incapacidades. Entonces, ¿la relación es directa y es solo una identificación? No tan sencillo como eso, pero sí influye.
Podemos entender que los hematófagos de toda la historia sean vistos como criaturas románticas, poderosas, atractivas incluso en sus debilidades, ya que son características que le confieren el halo de tragedia e independencia de las leyes morales o religiosas. Pues aquí ya tenemos algunos conceptos interesantes a revisar, pero primero sigamos analizando a estos objetos del deseo. Qué tan atractivo, si no a ojos de impotentes y limitados puede resultar un ser inferior, humano en parte, con más debilidades que las de la pueril caterva; qué tan posible puede ser que una patología como la porfiria eritropoyética congénita o eritropoyética – posible explicación al mito del celebérrimo aspecto del Caballero de la Orden del Dragón – genere exacerbación lúbrica; y finalmente, qué valida al homoerotismo como valor de verdad irreflexivo. Estos tres, de muchos otros cuestionamientos se condicen con sistemas de pensamiento históricos en la danza macabra del paralelismo o la concomitancia cronológica, lo cual no obstante, no las certifica como necesarias per se, si no más bien como soluciones ad hoc. Aunque el vetusto caballero decimonónico haya encontrado atractiva esta figura supra/infra humana, el joven aprovecha las similitudes con su peculiar limitación generacional. La juventud eterna, la independencia, la oposición a modelos morales o religiosos, el erigirse por sobre los límites sociales además de ser tópico de muchos discursos y tendencias liberadoras, caracterizan al joven que en este tiempo anhela más que nunca preservarse joven sin haber dejado de serlo.
“Vivir rápido” tal vez suene prejuicioso o generacionalmente malinterpretado, pero este retorcido comportamiento que Kiley podría llamar Peter Pan Syndrome explica cómo inveterados y pubertos buscan perdurar y perpetrarse jóvenes; curioso deseo pues si hacemos un paralelo con aquello de “todo cambia alrededor menos el vampiro”, se condenarían a un círculo vicioso donde el presente es presa eterna haciendo imposible la aprehensión de saber nuevo. Llevamos esto más lejos de lo que ocurre en realidad, pues esta tendencia puede adivinarse pasajera, solo moda, fascinación mediática, pero continuemos rizando el rizo just for the lulz. Mencionamos que mucho de esto se había heredado de las subculturas, y en efecto, aquellos adolescentes de hace un par de décadas, influenciados por el arte, las humanidades y la música principalmente, revivieron por última vez con éxito el mito de manera consciente siendo intelectualmente activos. La vuelta al pasado en ese caso fue una respuesta a determinada coyuntura social y política, donde el discurso era una manifestación rebelde que adoptaba símbolos y figuras a manera de protesta, desarrollando parafernalias consecuentes. Aunque las motivaciones la hagan menos solemne que el escapismo del cine alemán expresionista, su motivación se asemejó; ahora, es importante anotar que hasta esa revolución, la situación social y económica haya garantizado una respuesta que algunos acusarían proveniente de una juventud de origen burgués y elitista, pero independientemente de eso, porqué no puede/pudo replicarse con las generaciones actuales. Habría que reflexionar antes si era necesario copiar la anterior revolución, puesto que si bien la formación dentro de urbes cosmopolitas es incluso mejor ahora, la sociedad de la información y el flujo de datos de mano de las TICs es un factor determinante que cambió el panorama del Do it Yourself – detonante de la comercialización, masificación, vedetización y ruina de las subculturas – llevando la cultura pop del consumo de los ochentas al monstruo incontrolable de bites y merchandising actual – que no se tilda de negativo del todo.
Ante la pregunta de por qué un género de parásitos sanguinolentos, hematófagos, sanguisugus en general, abarrota los estantes hoy en día – nótese el enfoque de mercancía –, se puede ensayar como respuesta la siguiente afirmación: Siempre fue así, al menos en los tiempos modernos. La cultura pop ha incorporado en sus filas un sin fin de producciones de diversa índole y calidad, tornándolas productos industriales para su consumo; estos seres como parte de toda la imaginería gótica del horror no solo fueron asimilados como paradigmas de un género sino también como figuras, caricaturas iconos socialmente aceptados. Recordemos que la trama romántica y decadente proponían intrigas en las que el convidado de las últimas fiestas pertenecía a la nobleza, era socialmente activo, atraía miradas y embelezaba a cuanta fémina u hombre para victimizarlo. Así es, el vampiro desempeñaba un rol de cazador, pero aspiraba a ser aceptado en un entorno social tanto para conseguir sustento como para mantener lo opíparo de su modo de vida aristocrático. Dicho esto, podemos entender cuál puede ser una de las motivaciones que despierta el interés de los consumidores más jóvenes contemporáneos, la aceptación.
El proceso de madurez es uno complejo y duro desde una perspectiva de la interacción social, la conformación de grupos, clanes, tribus urbanas, sectas, fanclubs, y cofradías de similar índole tienen por motivación la relación con personas semejantes. Pertenecer a un grupo, sentirse aceptado, ser reconocido por una comunidad de gustos idénticos puede compararse en cierto grado con ese accionar del vampiro, que aunque se mimetizaba en la sociedad por alimento, necesitaba rodearse de personas en general. Las carencias de los jóvenes – en un importante porcentaje, introvertidos o insatisfechos – tratan de ser compensadas por la conformación de círculos protectores que funcionen como familias o estructuras sociales. Este es un mecanismo de defensa y último resquicio de la evasión en la que por más estructura jerárquica que exista – basta ver los cargos que se ostentan al interior de los clubes – es preferible a la tediosa realidad. Sí, estamos planteando el supuesto del escapismo, pero acaso ¿no es algo natural en cierta etapa de la maduración? La pasión por el sci-fi, por las viñetas o cómics, las figuras de acción, los fanzines, la literatura de bolsillo y el fan fiction en general son tendencias de una juventud carente, pero anhelante. Esos productos a través de generaciones han representando las preferencias de consumo y han estructurado cual pilar un cierto tipo de aprendizaje del mundo; que ahora se hable de la preferencia por tal o cuál saga mágica o vampírica parece desconocer que las preferencias fueron más por el lado de los formatos que de la temática. Por qué ahora, por qué vampiros, por qué en todo el mundo, por qué se vuelve a lo mismo, son preguntas que yerran en su planteamiento al partir de la creencia de la originalidad. En efecto, estos mitos que incorporan en una mezcla obscena hematófagos y les chiens sales siempre estuvo presente en el S. XX, pero sus éxitos migraron de formatos más de una vez.
Las diversas sagas conocidas, las contemporáneas sobre todo – que elaborar un listado de títulos que revise el género es poco pertinente y repetitivo – de acuerdo a estrategias diversas de marketing supieron aprovechar el interés real, latente y potencial de los consumidores jóvenes, aprendiendo de los fracasos y experimentos de sus franquicias predecesoras. Los títulos de Meyer, Butcher, Gray, Fehan y Harris deben su éxito a las bases comerciales sentadas por Rice, Brite, Huff, Matheson y King, quienes a su vez le debían todo a los escritores del S. XIX que usaron como materia prima el folclore y las baladas de los autores del S. XVIII. No obstante, ahora y gracias al S. XX, cualquier producto de temática vampírica tiene más o menos éxito en el formato que lo soporte, lo que por oposición pone en el tapete el tema de la escasa originalidad y calidad. Desde el siglo pasado se producen series masivas que conviven cronológicamente y son más exitosas de acuerdo a su formato; hoy en día se ha retornado al formato papel, a la literatura por sobre los juegos de rol, historietas, audio novelas, videojuegos, animación y el cine – cuyo caso es peculiar ya que es complemento de los libros en este caso. Esta preferencia varía teniendo en cuenta las necesidades del público que ya definimos como adolescente, en la medida de que adolecen de carencias y de las tendencias de consumo vigentes.
Se cree que se lee poco, la rama más conservadora del mundo académico lo plantea y pese a que tiene algo de verdad, sobre todo en cuanto variedad y calidad de títulos, diría que es más adecuado enunciar que se lee poco en los formatos tradicionales. Se lee más en formatos virtuales, publicaciones no bibliográficas menos limitadas a parámetros tradicionales que a su vez son el pretexto para la lectura iniciática de los libros de bolsillo – para lamento de muchos –, pues sí es compartido el argumento de que si ese tipo de acercamiento no evoluciona rápidamente se quedará en una cándida expectativa de consumo que se obnubila con recursos limitados y una idealizada, a la par que edulcorada, trama de pretensiones oscuras y sanguinolentas que terminará por devorar al lector echándolo a perder. Ése es el panorama de la tendencia, cuyo principal problema es lo que puede generar a mediano plazo en lugar de cuán aceptado se vuelva.
El mundo de lo obscuro, con todos sus reveses mágicos y ultraterrenos parte del supuesto de la compensación, del trato, del engaño si deseamos, pues las fórmulas sulfurosas demandan de su evocador una carencia, una necesidad. Así, este negociado de favores siempre tiene en cuenta la debilidad del contratante, humano a fin de cuentas, por tanto ser sumido en sus propios deseos y limitaciones, vicios y resentimientos, patetismo y mortalidad. Los mitos populares entonces no son más que extensiones de esos deseos que superan las posibilidades humanas ampliando un conocimiento, una habilidad o una simple función biológica; claro, ese cariz aleccionador y preventivo como parte del folclore preserva una tradición cultural étnica de raíces utilitarias mediante advertencias y modelos para un determinado actuar. Por eso, entender la fabulación y ligazón con las artes negras de los individuos en determinados periodos entraña un significado más profundo, que valiéndonos, en este caso, de lo ficcional delataremos como un ciclo. Los vampiros, no muertos, muertos vivos, cainitas, condenados, esenciales, etc. – para mayores términos es suficiente consultar los sendos manuales de bolsillo disponibles en expendios librarios de cualquier esquina, que aquí no se profundizará eso por la máxima scire tacere – representan un ciclo vital similar al humano y más certeramente al adolescente. El hematófago está atado a un círculo que lo vuelve presa de sus necesidades biológicas al igual que los púberes recorren espirales de la libido merced de sus incapacidades. Entonces, ¿la relación es directa y es solo una identificación? No tan sencillo como eso, pero sí influye.
Podemos entender que los hematófagos de toda la historia sean vistos como criaturas románticas, poderosas, atractivas incluso en sus debilidades, ya que son características que le confieren el halo de tragedia e independencia de las leyes morales o religiosas. Pues aquí ya tenemos algunos conceptos interesantes a revisar, pero primero sigamos analizando a estos objetos del deseo. Qué tan atractivo, si no a ojos de impotentes y limitados puede resultar un ser inferior, humano en parte, con más debilidades que las de la pueril caterva; qué tan posible puede ser que una patología como la porfiria eritropoyética congénita o eritropoyética – posible explicación al mito del celebérrimo aspecto del Caballero de la Orden del Dragón – genere exacerbación lúbrica; y finalmente, qué valida al homoerotismo como valor de verdad irreflexivo. Estos tres, de muchos otros cuestionamientos se condicen con sistemas de pensamiento históricos en la danza macabra del paralelismo o la concomitancia cronológica, lo cual no obstante, no las certifica como necesarias per se, si no más bien como soluciones ad hoc. Aunque el vetusto caballero decimonónico haya encontrado atractiva esta figura supra/infra humana, el joven aprovecha las similitudes con su peculiar limitación generacional. La juventud eterna, la independencia, la oposición a modelos morales o religiosos, el erigirse por sobre los límites sociales además de ser tópico de muchos discursos y tendencias liberadoras, caracterizan al joven que en este tiempo anhela más que nunca preservarse joven sin haber dejado de serlo.
“Vivir rápido” tal vez suene prejuicioso o generacionalmente malinterpretado, pero este retorcido comportamiento que Kiley podría llamar Peter Pan Syndrome explica cómo inveterados y pubertos buscan perdurar y perpetrarse jóvenes; curioso deseo pues si hacemos un paralelo con aquello de “todo cambia alrededor menos el vampiro”, se condenarían a un círculo vicioso donde el presente es presa eterna haciendo imposible la aprehensión de saber nuevo. Llevamos esto más lejos de lo que ocurre en realidad, pues esta tendencia puede adivinarse pasajera, solo moda, fascinación mediática, pero continuemos rizando el rizo just for the lulz. Mencionamos que mucho de esto se había heredado de las subculturas, y en efecto, aquellos adolescentes de hace un par de décadas, influenciados por el arte, las humanidades y la música principalmente, revivieron por última vez con éxito el mito de manera consciente siendo intelectualmente activos. La vuelta al pasado en ese caso fue una respuesta a determinada coyuntura social y política, donde el discurso era una manifestación rebelde que adoptaba símbolos y figuras a manera de protesta, desarrollando parafernalias consecuentes. Aunque las motivaciones la hagan menos solemne que el escapismo del cine alemán expresionista, su motivación se asemejó; ahora, es importante anotar que hasta esa revolución, la situación social y económica haya garantizado una respuesta que algunos acusarían proveniente de una juventud de origen burgués y elitista, pero independientemente de eso, porqué no puede/pudo replicarse con las generaciones actuales. Habría que reflexionar antes si era necesario copiar la anterior revolución, puesto que si bien la formación dentro de urbes cosmopolitas es incluso mejor ahora, la sociedad de la información y el flujo de datos de mano de las TICs es un factor determinante que cambió el panorama del Do it Yourself – detonante de la comercialización, masificación, vedetización y ruina de las subculturas – llevando la cultura pop del consumo de los ochentas al monstruo incontrolable de bites y merchandising actual – que no se tilda de negativo del todo.
Ante la pregunta de por qué un género de parásitos sanguinolentos, hematófagos, sanguisugus en general, abarrota los estantes hoy en día – nótese el enfoque de mercancía –, se puede ensayar como respuesta la siguiente afirmación: Siempre fue así, al menos en los tiempos modernos. La cultura pop ha incorporado en sus filas un sin fin de producciones de diversa índole y calidad, tornándolas productos industriales para su consumo; estos seres como parte de toda la imaginería gótica del horror no solo fueron asimilados como paradigmas de un género sino también como figuras, caricaturas iconos socialmente aceptados. Recordemos que la trama romántica y decadente proponían intrigas en las que el convidado de las últimas fiestas pertenecía a la nobleza, era socialmente activo, atraía miradas y embelezaba a cuanta fémina u hombre para victimizarlo. Así es, el vampiro desempeñaba un rol de cazador, pero aspiraba a ser aceptado en un entorno social tanto para conseguir sustento como para mantener lo opíparo de su modo de vida aristocrático. Dicho esto, podemos entender cuál puede ser una de las motivaciones que despierta el interés de los consumidores más jóvenes contemporáneos, la aceptación.
El proceso de madurez es uno complejo y duro desde una perspectiva de la interacción social, la conformación de grupos, clanes, tribus urbanas, sectas, fanclubs, y cofradías de similar índole tienen por motivación la relación con personas semejantes. Pertenecer a un grupo, sentirse aceptado, ser reconocido por una comunidad de gustos idénticos puede compararse en cierto grado con ese accionar del vampiro, que aunque se mimetizaba en la sociedad por alimento, necesitaba rodearse de personas en general. Las carencias de los jóvenes – en un importante porcentaje, introvertidos o insatisfechos – tratan de ser compensadas por la conformación de círculos protectores que funcionen como familias o estructuras sociales. Este es un mecanismo de defensa y último resquicio de la evasión en la que por más estructura jerárquica que exista – basta ver los cargos que se ostentan al interior de los clubes – es preferible a la tediosa realidad. Sí, estamos planteando el supuesto del escapismo, pero acaso ¿no es algo natural en cierta etapa de la maduración? La pasión por el sci-fi, por las viñetas o cómics, las figuras de acción, los fanzines, la literatura de bolsillo y el fan fiction en general son tendencias de una juventud carente, pero anhelante. Esos productos a través de generaciones han representando las preferencias de consumo y han estructurado cual pilar un cierto tipo de aprendizaje del mundo; que ahora se hable de la preferencia por tal o cuál saga mágica o vampírica parece desconocer que las preferencias fueron más por el lado de los formatos que de la temática. Por qué ahora, por qué vampiros, por qué en todo el mundo, por qué se vuelve a lo mismo, son preguntas que yerran en su planteamiento al partir de la creencia de la originalidad. En efecto, estos mitos que incorporan en una mezcla obscena hematófagos y les chiens sales siempre estuvo presente en el S. XX, pero sus éxitos migraron de formatos más de una vez.
Las diversas sagas conocidas, las contemporáneas sobre todo – que elaborar un listado de títulos que revise el género es poco pertinente y repetitivo – de acuerdo a estrategias diversas de marketing supieron aprovechar el interés real, latente y potencial de los consumidores jóvenes, aprendiendo de los fracasos y experimentos de sus franquicias predecesoras. Los títulos de Meyer, Butcher, Gray, Fehan y Harris deben su éxito a las bases comerciales sentadas por Rice, Brite, Huff, Matheson y King, quienes a su vez le debían todo a los escritores del S. XIX que usaron como materia prima el folclore y las baladas de los autores del S. XVIII. No obstante, ahora y gracias al S. XX, cualquier producto de temática vampírica tiene más o menos éxito en el formato que lo soporte, lo que por oposición pone en el tapete el tema de la escasa originalidad y calidad. Desde el siglo pasado se producen series masivas que conviven cronológicamente y son más exitosas de acuerdo a su formato; hoy en día se ha retornado al formato papel, a la literatura por sobre los juegos de rol, historietas, audio novelas, videojuegos, animación y el cine – cuyo caso es peculiar ya que es complemento de los libros en este caso. Esta preferencia varía teniendo en cuenta las necesidades del público que ya definimos como adolescente, en la medida de que adolecen de carencias y de las tendencias de consumo vigentes.
Se cree que se lee poco, la rama más conservadora del mundo académico lo plantea y pese a que tiene algo de verdad, sobre todo en cuanto variedad y calidad de títulos, diría que es más adecuado enunciar que se lee poco en los formatos tradicionales. Se lee más en formatos virtuales, publicaciones no bibliográficas menos limitadas a parámetros tradicionales que a su vez son el pretexto para la lectura iniciática de los libros de bolsillo – para lamento de muchos –, pues sí es compartido el argumento de que si ese tipo de acercamiento no evoluciona rápidamente se quedará en una cándida expectativa de consumo que se obnubila con recursos limitados y una idealizada, a la par que edulcorada, trama de pretensiones oscuras y sanguinolentas que terminará por devorar al lector echándolo a perder. Ése es el panorama de la tendencia, cuyo principal problema es lo que puede generar a mediano plazo en lugar de cuán aceptado se vuelva.
“Subyugada por lo febril de las contorsiones, y mientras el estupor de los extremos desataba su inconciencia, cedió a la invitación permisiva de Aquel, que una vez en el claustro, mostró al instante las cerdas de su vello en el rostro, la espalda enarcada y flagelada, enhiesto y supurante, hediendo a muerte añeja. Solo pudo entonces lamentarse, sofocada por el calor de sus propias entrañas dispersas, de su romántica insensatez”.
Datos de apoyo:
Aracil, Miguel G. (2003). Vampiros: mito y realidad de los no-muertos. Madrid: Edaf.
Arellano, Miguel (2006). Vampiros en el espejo. Buenos Aires: Deauno.
Barber, Paul (2010). Vampires, Burial and Death: Folklore and Reality, With a New Preface. Connecticut: Yale University Press.
Curran, Bob (2007). Vampiros: seducción muerte y eternidad. México D. F.: Selector.
Day, Peter (2006). Vampires: myths and metaphors of enduring evil. Amsterdam: Rodopi.
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